Había mucho trabajo ese
día. El caso es que acabe con la espalda muy dolorida, y mi hermano que estaba por
allí me
recomendó ir a visitar a una doctora de paga que
había por la zona. No me
pareció mala idea
así que,
según terminaba de trabajar,
dirigí mis pasos a la consulta que tenia a unos pocos minutos de donde trabajaba.
Me
abrió la secretaria de la doctora, y me invito a pasar a una
salita donde no
había nadie. Estuve esperando durante un cuarto de hora hojeando unas revistas sobre medicina que
parecían escritas en chino. La secretaria
abrió la puerta y me dijo que ya
podía pasar.
La consulta de la doctora estaba
vacía. Aquel lugar no tenia nada de especial. Un despacho como otro cualquiera, con una
decoración simple, unos cuadros
aquí, un diploma por
allá y un enorme
sillón de cuero
detrás de un escritorio de madera. Aun a pesar de parecer un despacho de oficina,
seguía siendo una consulta medica. Los artilugios
médicos y la camilla que estaban en una esquina se delataban a si mismos.
Un par de minutos
después entro la doctora. Una larga melena morena
caía por su espalda y dentro de la bata
medio abierta lucia un escote casi blasfemo para la
profesión que
ejercía. No obstante no iba a ser yo el que se iba a quejar de la indumentaria casi
pornográfica de la doctora. Aun a pesar de ser una mujer de unos cuarenta y largos, era muy atractiva y lucia una mirada limpia, que no delataba el paso de los años.
Además, su sonrisa perfecta
parecía la de una adolescente que acababa de descubrir su feminidad.
Con un gesto me invito a sentarme enfrente de su escritorio mientras me hacia las rutinarias preguntas sobre mi dolencia. Le
conté a que me dedicaba y el tremendo dolor que tenia en la espalda. Me
pidió que me acercara a la camilla y que me quitara la camisa.
Ella
empezó a explorarme la espalda hasta que con un dedo toco un punto donde
dolía muchisimo. Ella continuo apretando mientras el dolor iba desapareciendo.
Parecía mágico.
-¿Ha dejado de doler?
-Si, si. Ya no tengo
ningún dolor por
ningún lado.
-Bien
Esta vez, en vez de sentarse en su
sillón de cuero se
sentó a mi lado en una pequeña silla. Cruzo las piernas y continuo tomando notas sin decir apenas ninguna palabra. Para aquel entonces ya
había imaginado su cuerpo en mil posiciones distintas y sin ropa alguna. Sin embargo, solo eran
fantasía. Ella levanto la vista del cuaderno y me llamo por mi nombre:
-Jaime, ¿alguna vez te han hecho una
proposición indecente?
No me
podía creer mi suerte. Apenas era capaz de dar
crédito a sus palabras.
Así que no
tenté a la suerte y me levante de la silla
acercándome a ella. Ella me
sonreía. Poco a poco,
botón a
botón, fui desabrochando su bata a medio abrir
dandome cuenta que debajo de la bata solo llevaba ropa interior. Ella
comenzó a besar mi cuerpo, y se la
oía jadear mientras comprobaba con mis propias manos la
voluptuosidad de su cuerpo.
Jamas
había pensado que una sola persona
podía proporcionar tanto placer. Besar sus labios era como beber vino, tocar sus pechos era magia, lamer su esencia era vida...
Y su pelo
parecía bailar a cada
embite mio. Mientras mas la penetraba, mas me
pedía que lo hiciera. Mas disfrutaba a cada golpe. Mas
quería cada vez.
Seguía pidiéndolo mas y mas
rápido hasta que llegó al
húmedo éxtasis. Sus gemidos eran
música para mi.
Quería mas
música en ese momento,
quería una
judiada orquesta sonando en mi. Entonces, en aquel mismo momento, me
convertí en el cantante de mi propia orquesta mientras ella me
sonreía con lascivia.
El sudor se fue secando de nuestros cuerpos al poco tiempo. La
espiración, acelerada,
volvía a su velocidad normal. Ella
sonreía. Esa sonrisa me gustaba.
Al poco tiempo ya estaba fuera de la consulta, mi hermano me
había dado un gran idea.
Había sido una buena cura.