viernes, 23 de enero de 2009

El ajedrecista

(relato de hace un huevo, compartido con alguna peña. Basado en otro relato de Michael Ende)

El ajedrecista jugaba negras y esperaba el movimiento de las blancas. Había luchado mucho para llegar a la final y estaba totalmente concentrado para ganar. Le habían dicho que su contrincante era invisible y tenía la ventaja de mover primero. El ajedrecista veía los movimientos de cada pieza y las posibles combinaciones que se le presentaban. “¿Cuándo moverá mi contrincante?” se preguntaba. Hasta que el no moviera no podría empezar la partida. El ajedrecista ya había terminado la partida mentalmente cuatro veces, pero su contrincante no se decidía a mover. “¿Qué jugada estará pensando? ¿Qué apertura usara?” El ajedrecista estaba apoyado sobre el codo derecho pero cambio al izquierdo, cansado del otro, creando una imagen simétrica suya.

La habitación estaba oscura, lo único que se veían eran las piezas y una silla donde debía estar el jugador de blancas. Pero no movía. El ajedrecista se giro esperando que cualquiera le dijera algo con la mirada, pero solo veía figuras borrosas, se quito las gafas y se restregó los ojos pero todo seguía borroso y nada mas se intuyan las siluetas.

No había ningún sonido, ni siquiera se oía la respiración de nadie, ni siquiera captaba la suya propia.

De repente su garganta comenzó a picarle y empezó a toser y un sonoro “tsssssh” acallo su estruendo.

El ajedrecista volvió a mirar el tablero, pero todo seguía igual. Los peones seguían amenazándose frente a frente y los caballos encabritados deseaban saltar los peones para iniciar el ataque. El ajedrecista estaba igual; deseaba demostrar a su contrincante lo bueno que era, quería demostrar que todos los años de entrenamiento, encierro voluntario estudiando a los maestros, habían servido para algo.

Sabía que seria el vencedor de la partida; más bien ganaría la batalla, no, la guerra que había comenzado en los años de su juventud.

Volvió a apoyarse en su codo derecho volviendo a su imagen inicial. El ajedrecista se arrepintió de haber elegido negras. Su intención era adivinar las jugadas de su contrincante y esperar un descuido o un hueco para que la partida se volviera favorable para él. El silencio le inundo completamente, ya no pensaba en la partida.

Pensaba en sus años de castigo voluntario… ¿habían sido en vano? ¿Había malgastado su juventud?¿había rechazado a Margarita en pos de un sueño?

Entonces comenzó a odiar ese juego. Dominar cada pieza le había costado años y ahora, irónicamente, esas piezas le dominaban a él. Sobre todo odiaba al rey, tan protegido y tan vulnerable. El tiempo seguía pasando y el ajedrecista aun espera el movimiento de las blancas para demostrar lo bueno que es.

domingo, 11 de enero de 2009